La emocionante experiencia de cientos de corredores solidarios
LA OTRA CARA DEL SAHARA MARATHON
El joven austriaco Rainer Predl superaba una espesa duna sin apenas
hundir sus zancadas en la arena y riendo a carcajadas gritaba "esto es
lo más parecido a correr sobre nieve, lo que hago cada día en mi país".
Estaba a punto de terminar un maratón en medio del desierto y en su
rostro no había muestras de cansancio, sólo las marcas de un sol
abrasador; él era el primero en cruzar la meta, después de recorrer en
solitario los cuarenta y dos kilómetros que separan el campamento de El
Aaiun de el de Smara. Rainer es un especialista en larga distancia y de
hecho representa a su país en las principales pruebas de ultramarathon.
Sú único rival durante la carrera fue el polaco Dariusz Laksa, un joven
profesor que iniciaba su Grand Slam particular corriendo un maratón en
cada continente para ayudar a otras tantas escuelas de su país; a mitad
de carrera vio demasiado cerca al austriaco y su intento por superarlo
terminó por vaciarle antes de tiempo y por poco no fue cazado por el
carismático ultramaratoniano transalpino Marco Olmo, que completó el
podio. A esas alturas de carrera, el letón Hermnais Juzefovics y el
americano Zoha Mohamed no habían cruzado aún el campamento de Auserd que
marcaba la mitad del recorrido. Poco les importaba, el primero estaba
más centrado en colaborar en la creación de un estudio de música en los
campamentos y Zoha, en su tercera participación, sólo buscaba disfrutar
de la soledad del desierto, del cariño de su familia saharaui y aportar
el dinero de sus amigos neoyorquinos para ofrecer desayunos diarios a
los niños de una guardería de Smara.
Así es el Sahara Marathon, una experiencia más que una carrera. La
vivencia de unos centenares de corredores que cada año acuden a los
campamentos saharauis para mostrar su solidaridad con los refugiados y
para vivir una emocionante semana. Viven en las jaimas, integrados en
una familia saharaui, durmiendo en el suelo junto a ellos, comiendo
guisos de cus cus y saboreando las pausadas ceremonias del te. Los
locales agasajan a los invitados, les regalas trajes típicos y bisutería
y se vuelcan en la semana de fiesta que implica la llegada del maratón.
Durante todos esos días apenas hay tiempo para el aburrimiento. Los
corredores, además de participar en la carrera y en todos los actos
relacionados con la misma (inscripciones, cena de pasta, entrega de
premios...), visitan el museo de la guerra o el taller escuela de las
mujeres saharauis o acuden a escuelas y hospitales a prestar ayuda en la
medida de sus posibilidades. Tampoco lo pasan mal en la intensa y
reconfortante carrera de niños saharauis, viendo a miles de chavales
correr descalzos por el pedregoso desierto o en el desfile de la Fiesta
Nacional en el que participan colegios de todos los campamentos y en
esta ocasión, también la delegación del maratón con las banderas de los
26 países representados y con el eslogan que ha sido utilizado este año
en todos los actos "Corriendo por los derechos humanos en el Sahara
Occidental".
La organización de la prueba corre a cargo de voluntarios que viajan
desde España e Italia, pagándose sus billetes y haciendo todo lo
posible, junto a los voluntarios saharauis, para que todo se desarrolle
con normalidad en un lugar con unas instalaciones e infraestructuras que
dejan mucho que desear. No hay agua corriente ni electricidad en las
casas y los viajeros apenas pueden ducharse un día, el del maratón, al
terminar la carrera. Sin embargo eso no es freno para que cada año se
llene el avión charter que viaja desde Madrid y para que se sumen
periodistas de todo el mundo para contar las singularidades de la
carrera y la realidad del pueblo saharaui. Tampoco ha sido impedimento
para que el alpinista Juanito Oiarzabal se sumara a la expedición y
corriera algunos kilómetros en apoyo a los refugiados y su causa.
Además, el "hombre ochomil" aprovechó para ofrecer una conferencia con
los momentos más espectaculares de su carrera y deleitar a los presentes
cocinando un delicioso bacalao al pil pil en medio del desierto.
Todos ellos han sido protagonistas del Sahara Marathon 2014, ellos y
Chiara Marcatto, la vencedora en categoría femenina, y Silvia Grivé,
para quien el segundo puesto ha sido el premio a su labor en Granollers
coordinando a un grupo de veinte corredores que cada año se apuntan a la
carrera, y Mayte, que sin participar recorre los poblados dibujando lo
que ve para después venderlo y sacar un dinerillo para la escuela de
ciegos de allí, y Andrei, que ha corrido en el último año la distancia
que separa Tindouf de Bucharest para conseguir fondos para un hospital,
y Guillermo, que consigue que la empresa en la que trabaja done kilos y
kilos de material deportivo para los jóvenes saharauis, y Ahmed, que
animado por los planes de entrenamiento para corredores locales
promovidos por este proyecto, ha ido mejorando sus marcas y por fin ha
podido terminar el maratón y hacerlo entre los veinte primeros. Eso es
el Sahara Marathon, la única carrera del mundo en la que los verdaderos
protagonistas no son los que están en el podio; la única carrera en la
que el único tiempo que importa es el que transcurre sin que los
saharauis puedan regresar a su país.
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