Decimocuarta edición del Sahara Marathon

La emocionante experiencia de cientos de corredores solidarios

LA OTRA CARA DEL SAHARA MARATHON

El joven austriaco Rainer Predl superaba una espesa duna sin apenas hundir sus zancadas en la arena y riendo a carcajadas gritaba "esto es lo más parecido a correr sobre nieve, lo que hago cada día en mi país". Estaba a punto de terminar un maratón en medio del desierto y en su rostro no había muestras de cansancio, sólo las marcas de un sol abrasador; él era el primero en cruzar la meta, después de recorrer en solitario los cuarenta y dos kilómetros que separan el campamento de El Aaiun de el de Smara. Rainer es un especialista en larga distancia y de hecho representa a su país en las principales pruebas de ultramarathon. Sú único rival durante la carrera fue el polaco Dariusz Laksa, un joven profesor que iniciaba su Grand Slam particular corriendo un maratón en cada continente para ayudar a otras tantas escuelas de su país; a mitad de carrera vio demasiado cerca al austriaco y su intento por superarlo terminó por vaciarle antes de tiempo y por poco no fue cazado por el carismático ultramaratoniano transalpino Marco Olmo, que completó el podio. A esas alturas de carrera, el letón Hermnais Juzefovics y el americano Zoha Mohamed no habían cruzado aún el campamento de Auserd que marcaba la mitad del recorrido. Poco les importaba, el primero estaba más centrado en colaborar en la creación de un estudio de música en los campamentos y Zoha, en su tercera participación, sólo buscaba disfrutar de la soledad del desierto, del cariño de su familia saharaui y aportar el dinero de sus amigos neoyorquinos para ofrecer desayunos diarios a los niños de una guardería de Smara.
Así es el Sahara Marathon, una experiencia más que una carrera. La vivencia de unos centenares de corredores que cada año acuden a los campamentos saharauis para mostrar su solidaridad con los refugiados y para vivir una emocionante semana. Viven en las jaimas, integrados en una familia saharaui, durmiendo en el suelo junto a ellos, comiendo guisos de cus cus y saboreando las pausadas ceremonias del te. Los locales agasajan a los invitados, les regalas trajes típicos y bisutería y se vuelcan en la semana de fiesta que implica la llegada del maratón.
Durante todos esos días apenas hay tiempo para el aburrimiento. Los corredores, además de participar en la carrera y en todos los actos relacionados con la misma (inscripciones, cena de pasta, entrega de premios...), visitan el museo de la guerra o el taller escuela de las mujeres saharauis o acuden a escuelas y hospitales a prestar ayuda en la medida de sus posibilidades. Tampoco lo pasan mal en la intensa y reconfortante carrera de niños saharauis, viendo a miles de chavales correr descalzos por el pedregoso desierto o en el desfile de la Fiesta Nacional en el que participan colegios de todos los campamentos y en esta ocasión, también la delegación del maratón con las banderas de los 26 países representados y con el eslogan que ha sido utilizado este año en todos los actos "Corriendo por los derechos humanos en el Sahara Occidental".
La organización de la prueba corre a cargo de voluntarios que viajan desde España e Italia, pagándose sus billetes y haciendo todo lo posible, junto a los voluntarios saharauis, para que todo se desarrolle con normalidad en un lugar con unas instalaciones e infraestructuras que dejan mucho que desear. No hay agua corriente ni electricidad en las casas y los viajeros apenas pueden ducharse un día, el del maratón, al terminar la carrera. Sin embargo eso no es freno para que cada año se llene el avión charter que viaja desde Madrid y para que se sumen periodistas de todo el mundo para contar las singularidades de la carrera y la realidad del pueblo saharaui. Tampoco ha sido impedimento para que el alpinista Juanito Oiarzabal se sumara a la expedición y corriera algunos kilómetros en apoyo a los refugiados y su causa. Además, el "hombre ochomil" aprovechó para ofrecer una conferencia con los momentos más espectaculares de su carrera y deleitar a los presentes cocinando un delicioso bacalao al pil pil en medio del desierto.
Todos ellos han sido protagonistas del Sahara Marathon 2014, ellos y Chiara Marcatto, la vencedora en categoría femenina, y Silvia Grivé, para quien el segundo puesto ha sido el premio a su labor en Granollers coordinando a un grupo de veinte corredores que cada año se apuntan a la carrera, y Mayte, que sin participar recorre los poblados dibujando lo que ve para después venderlo y sacar un dinerillo para la escuela de ciegos de allí, y Andrei, que ha corrido en el último año la distancia que separa Tindouf de Bucharest para conseguir fondos para un hospital, y Guillermo, que consigue que la empresa en la que trabaja done kilos y kilos de material deportivo para los jóvenes saharauis, y Ahmed, que animado por los planes de entrenamiento para corredores locales promovidos por este proyecto, ha ido mejorando sus marcas y por fin ha podido terminar el maratón y hacerlo entre los veinte primeros. Eso es el Sahara Marathon, la única carrera del mundo en la que los verdaderos protagonistas no son los que están en el podio; la única carrera en la que el único tiempo que importa es el que transcurre sin que los saharauis puedan regresar a su país.

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